jueves

ACS

Ese lunes había pasado un poco mejor que los demás desde el momento cuando supe que el día siguiente sería distinto. Si bien el día previsto, parecía un día irremontable para cualquier ser urbano desde cualquier punto de vista, yo comenzaba a descubrirlo como sorprendentemente diferente. El plan de encuentros no lo incluía, quizás eso era lo más conmovedor, y aunque la política realista me dejaba bien adherida al piso, me permitía alegrarme por eso que siempre me gusta hacer: preparar fusiones especiales.
Cuando el momento empezaba a acercarse más y más, el tiempo siempre como un enemigo, me daba un bonus a través de un llamado que, internamente, sabía que llegaría. Todo listo: los invitados llegaron, y las formas de siempre cambiaron. Ya no era testigo, sino que me iniciaba como protagonista de una degustación particular. Disfrutar de los sabores de otra manera, parecía ser la consigna en todos los aspectos. El cuerpo también lo comprendió así.
Las sensaciones iniciales se percibían más completas que nunca (al menos las externas); lo interminable de algunas se compensaba con lo efímero de otras, así como la profundidad de algún sabor se promediaba con la superficialidad intrínseca en algún espacio; la suavidad de unos ingredientes hacía lo propio con la acidez de otros.
Inevitablemente, los gustos se alejaban por instantes, y se intensificaban en otros, de un modo inconstante, difícil, pero igualmente valorable. La intención estaba, la voluntad también, pero todo no dejaba de parecer raro: las consideraciones del paladar se superponían a una realidad suficientemente confusa y según mi análisis de lo percibido, se me planteaba una gran pregunta: ya no podría disfrutar mucho más???
Aún no reconozco si todo eso fue sesgado por mi imaginación por dentro y por fuera, o si ocurrió, lo cierto sí, es que mis banderas blancas comenzaron a inquietarse, para cuando la circunstancia lo requiriera.