martes

Día X

“Chicas! Para dónde van?” preguntó Ana, quizás la mujer que más veces sonríe por día, intentando continuar una charla ya clausurada en el mismo instante en que bajamos el ascensor. Por suerte, no hubo que contestarle; al pisar la vereda, un viejo conocido –para mí- aparecía haciendo zigzag entre colectivos 10!, y acudía al encuentro de mi compañera “the little Anne”; cómo (no?) iba a saber que eran amigos desde siempre?
Shock sorpresa de lado, decidí integrarme a su conversación y destino. Tal es así que ni la ola polar que padecíamos podía interrumpir nuestra atípica charla.
Ellos iban por un café y yo llegaba a la zona de mi obligación más urgente del día, sin embargo mi ansiedad por hacer algo distinto con gente indistinta (conocidos o no) sumado a las pocas ganas de ir al gimnasio, hicieron que me atreviera a acompañarlos.
Con el viento a favor, el lugar elegido fue apropiado para poder cumplir con mis asuntos y volver. Demás está decir que me sume al mejor momento de dos buenos amigos, sin dudarlo demasiado.
Anécdotas, preguntas, comentarios los minutos pasaban y “los molinos”, rotaban. Era evidente: esperábamos a alguien más. Ya cuando nuestros pocillos de café estaban vacíos desde hacía un largo rato, apareció el cuarto participante: ni más ni menos que otro “conocido visual”. Claro, de qué otro modo podía hacer, si éramos todos sapos del mismo pozo reunidos casualmente en un mismo estanque!!
Dentro mío pensé: “ y si voy al gym para que estos chicos no se inhiban por mi interrupción presencial, y así hablan tranquilos? “, fue en ese preciso instante cuando estas mismas personas me hicieron dar cuenta que no tenían nada de que inhibirse ni que ocultar. Poco a poco, en un lapso no mayor a 30 minutos, me sentí una más y comencé a sacar a relucir mis comentarios más jugosos.
La calidez de las paredes y la ignorancia de los mozos revelaba que, para ese entonces, dos cortados más habían resuelto algunas barreras gestadas en un pueblo chico.
Casi con plena autonomía, nuestros estómagos se pusieron de acuerdo y reclamaron una cena en el mismo sitio; fue en ese instante cuando el mozo comenzó a mirarnos con mejor cara. En la tv del fondo, la selección más apática y deslucida del siglo hacía la circunstancia más rara, extraña e inusual.
Mientras que cómodamente terminábamos nuestros platos, el vigésimo indigente aparecía en escena haciendo una especie de mutis por el foro.
La cuenta llegaba y la noche concluía.
Con un esfuerzo singular, hicimos oposición al frío. El nuevo grupo adoptivo, iniciaba una cálida, y corta –por suerte-caminata amistosa. Los planetas se alinearon y los chicos , al llegar a la esquina indicada, obtuvieron su ticket de vuelta en un gracioso 118. Instantes más tarde lo haríamos nosotras aunque en otro medio.
Cuando ya quedaba sola en la noche, revelando mis fotos imaginarias del día, el radio taxista-refexólogo preguntaba por mis pies al mismo tiempo que tomaba el camino que me devolvería al lugar de dónde había salido a las 8.50 a.m, al encuentro de mi rutina.